El Inseparable
Hay un expediente -el HD/775980- que reposa en una de las cámaras secretas del MINFAR en La Habana. Está clasificado como Alto Secreto y los pocos altos jefes militares que saben de su existencia lo llaman el del Incidentico. Hay sin embargo un ex comandante de la Marina Real Británica retirado en Marbella de nombre Perceval Thorpe, que lo llama el de la Reconquista.
Corrían los últimos días del mes de junio de 1982 y el submarino Gibraltar regresaba de la guerra de Las Malvinas rumbo a su base, no muy lejos de Liverpool. El viaje transcurría sin incidentes reseñables y el júbilo por la reciente victoria ante los argentinos invadía a todos. Perceval, mientras tanto, mantenía la calma y recordaba la promesa hecha a su padre antes de morir: "Thamacun volverá a ser nuestro". Y fué entonces que para sorpresa de todos, ordenó cambiar el rumbo de la marcha, atravesar el estrecho de Yucatán y girar hacia el este, hacia un pequeño islote -oficialmente un cayo- conocido en todos los mapas cubanos como El Inseparable, y que su padre llamaba Thamacun.
La madrugada del 7 de julio de 1982 transcurría sin novedad para Emiliano Peón, un guajirito de Perea que cumplía su Servicio Militar como soldado guardafronteras destinado en El Inseparable. Exactamente a la 3:07 de la madrugada Emiliano bebía wachipupa de un jarro mugriento de aluminio cuando vio emerger a lo lejos una inmensa mole oscura. Primero pensó que era algún bicho -él era del campo-, pero cuando observó unas pequeñas luces azules y una barcaza que se acercaba no dudó que se trataba de una invasión. El soldado Peón estaba solo, su AK reglamentario lo había mojado mientras orinaba cerca del manglar y su voz aflautada no asustaba a nadie. Pese a ello, Emiliano dio el alto quién vive a los tres intrusos que ya desembarcaban en la playa.
Perceval fue el único que saltó a tierra. Ordenó a sus acompañantes que lo aguardaran y con paso cansado, pero firme, se dirigió al encuentro del soldadito Emiliano. Nadie supo jamás de lo que hablaron, pero el comandante sacó de debajo de su chaqueta lo que parecía ser una tela doblada y cuatro tabletas de chocolate Cadbury. Estuvieron juntos más de dos horas riendo y compartiendo como viejos amigos.
Los acompañantes de Perceval que esperaban en la barcaza vieron de pronto cómo su comandante y el soldadito se ponían de pie y se fundían en un abrazo, vieron también cómo su jefe respiraba profundamente y recogía un puñado de arena que guardó en uno de sus bolsillos. Regresaron a la nave y esperaron el amanecer. Todos en el submarino estaban pendientes del comandante y del islote.
Amaneció y en la única palmera de El Inseparable ondeaba una extraña bandera, la felicidad desbordaba a Perceval y contagiaba al resto de la tripulación, que no entendía nada. Exactamente a las 7:33 de la mañana vio Perceval, desde su posición, a tres hombres uniformados que se acercaban a Emiliano de malas maneras mientras una ráfaga de ametralladora hacía caer el estandarte. Paradójicamente, en la cara del soldadito se dibujaba una sonrisa.
Nunca más supieron el uno del otro, nunca se comentó el Incidentico, pero a Perceval le quedó la satisfacción de la promesa cumplida: El Inseparable volvió a ser Thamacun por 4h: 26m : 43s. Hoy el ex comandante vive un retiro dorado en la Costa del Sol española, y cada 7 de julio se viste de gala para celebrar su victoria más apreciada. Emiliano regresó a Perea y nunca más ha podido salir del pueblo. Recibe periódicamente, desde España, un lote de chocolate, y desde La Habana una carta que lee, rompe y quema.
Nota:El título de ésta Crónica es idea del escritor, periodista y editor Armando Añel.
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