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El Encuentro de La Rosa de Paris

El Encuentro de La Rosa de Paris

Hay una historia que me contó Matilde Gonzaga y que quiero compartir con los lectores. Matilde es biznieta de la puta más famosa de La Habana de finales del XIX, Juliana Dufresne, conocida como "La Anolística" por su pasmosa facilidad para relajar el esfínter y ofrecer ese plus de excelencia que algunos hombres buscan cuando pagan por sexo. Aquí va la historia:

La fría tarde del 13 de febrero de 1889 pudo ser una más para Juliana pero unos segundos después de las cinco traspasó la discreta puerta de La Rosa de Paris la figura de un joven inglés, pequeño de estatura pero fuerte, bien vestido y sonrisa inquietante. Bastó un breve intercambio de miradas para que de entre las piernas de Juliana cayeran al suelo dos gotas de su intimidad desordenada. Tal era su excitación que aunque en la entrepierna del joven no se notaban signos de correspondencia, a ella no le importó.

Subieron a la suite y Juliana pronto descubrió que sí, que el deseo era mutuo pero que el instrumento para ejecutarlo era mínimo, casi simbólico, pero lo pasó por alto, la pasión que le provocaba Jason -así dijo llamarse- era tal que la Antología de las Posturas dejó de ser un delirio teórico para convertirse en una práctica demostrable.

Pasaron momentos, ratos, horas y hasta tres días sin atender a nadie. Por supuesto que Juliana no le cobró a Jason  y a partir de entonces El Inglesito se convirtió en su protegido  y mantenido. Jason se instaló en La Rosa de Paris y su vida fue, hasta el 4 de diciembre, la mejor de las posibles. Aquel día por la mañana Juliana despedía a un cliente cuando de reojo vio a Jason llegar muy nervioso, portando un ejemplar de Correspondencia de Cuba. Lo siguió hasta la suite y por más que preguntó no obtuvo respuesta que justificara tal actitud. El Inglesito, abrumado por el tono inquisidor de Juliana, tiró sobre la cama el periódico y se dirigió al bar de la planta baja para beber, para evadirse, para olvidar.

Apenas hojeó el periódico, Juliana  entendió todo, en la página seis estaba la respuesta, el secreto de Jason que se llevaría a la tumba. Rápidamente corrió escaleras abajo al encuentro de su Inglesito y, abrazándolo cual madre protectora, le susurró al oído “Thamacun, mañana te vas a Thamacun”.

Juliana, que tenía amigos en Thamacun e influyentes relaciones en La Habana, no cejó hasta conseguir un firme compromiso de ayuda y protección para Jason, una vez llegase al Islote. A las siete de la mañana una calesa esperaba al Inglesito en la puerta de La Rosa de Paris. La despedida fue breve, no hacía falta más, la noche estuvo llena de confesiones voluntarias y de promesas que, al parecer, se cumplieron.

Sólo se vieron tres veces más, dos en Thamacun y la última en Morón. Los dos murieron en 1896, Jason ahogado en el Támesis -así le llamaban en Thamacun al canal más ancho que se abría entre los manglares del sur- y Juliana apuñalada por un matón a sueldo de una honorable condesa habanera.

Cuando terminó la historia, Matilde se levantó de la butaca y se dirigió a una estantería de la enorme biblioteca, extrajo un libro con forro de piel roja y de entre sus hojas sacó un recorte de periódico ya amarillento y finísimo, me lo entregó y pude leer un fragmento -no quedaba más- de una crónica que se refería a unos crímenes ocurridos en Londres en 1888 y de su presunto autor, bautizado como El Destripador. Jack , El Destripador.

 

 

Nota: El título de ésta Crónica es idea del escritor, periodista y editor Armando Añel. 

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